Como vimos ayer, todos los procesos, las ideas, los productos, etc., tienen dos partes opuestas y complementarias: lo que los chinos llaman Yinn y Yann y nosotros, más modestamente, los polos. Hicimos una (no tan) breve explicación y anunciamos que hoy hablaríamos de las tensiones. Así como hay polos opuestos y complementarios en cada cosa, hay entidades que se comportan como los polos de una misma cosa. La presencia de ambos polos hace que las cosas estén en continua tensión entre uno y otro extremo. Y así sucede con todas las entidades, entre las cuales, naturalmente, se incluyen las que confirman nuestra querida industria tecnológica.
Ayer señalamos algunas polaridades: software propietario (o privativo) versus software libre, on premise versus cloud, iOs versus Android, etc. Pero para el análisis de fin de año y, especialmente, como prospecto de lo que deberíamos contemplar para el año que viene, vamos a considerar algunas polaridades particulares.

Fabricar o ensamblar
En una interesante nota que Andrés Fiorotto escribió meses atrás en RedUSERS, en la que reflexiona acerca de si estamos ensamblando o fabricando artículos en Tierra del Fuego (yo haría extensión al resto del país), se citan las declaraciones de Nahuel “ElGafas” Rodriguez, responsable de Investigación y Desarrollo en Saikano Technology, “una empresa nacional que fabrica, entre otras cosas, módulos de memoria RAM, netbooks, tablets, gabinetes y fuentes de alimentación.”
Aún cuando Rodríguez da un ejemplo extremo (“¿Tiene la Ford mineros que extraigan el mineral para hacer el metal del que están compuestos los automóviles?”) que no le hace bien al caso, lo cierto es que tiene razón cuando explica que tanto los chips como gran parte de los componentes de una PC o una notebook, se producen sólo en 4 o 5 fábricas. Lo que implica que la mayor parte de las fábricas (desde las de Tierra del Fuego hasta la que fabrica el iPad para Apple en China) son, mayormente ensambladoras.
Ahora bien, lo que se deja de costado en la mayor parte de las veces que se debate este tema es la parte que a mí me parece la más importante: la gran diferencia entre fabricar y ensamblar está en el conocimiento. Cuando una empresa extranjera hace un acuerdo con una argentina para producir, por ejemplo, un celular, habitualmente le envía a la local los diseños del fonito, los procesos de producción, cómo debe estar conformada la línea de montaje, qué aparatos se necesitan y, sobre todo, cómo hay que capacitar a los operarios a manejar las herramientas y llevar a cabo los procesos. Pero… ¿hasta qué punto la extranjera informa, enseña, transfiere conocimientos acerca de la tecnología involucrada en ese celular? ¿Va más allá del conocimiento necesario para operar las máquinas y entender el proceso de producción?
En la medida en que no haya un efectivo proceso de transferencia de conocimientos, difícilmente pueda hablarse de fabricación. Hasta entonces, quien esto escribe, sigue prefiriendo llamarlo ensamblado.

Nacional o importado
Asunto cercano al que acabamos de enunciar es el tema de lo que se considera nacional o importado y, más precisamente, a las tensiones entre la importación de un producto fabricado afuera y su ensamblado local.
Por un lado hay una cuestión de nomenclatura: la ley establece qué porcentaje de integración nacional debe tener un producto para considerarse “industria argentina”. Pero por el otro está el marco regulatorio, y más específicamente, el asunto de las licencias no automáticas que tanto a influido este año en el negocio de la tecnología.
Aquí la tensión se establece entre ensamblaje e importación. Quien hable con la gente de BGH o Banghó (y yo puedo dar fe de que tanto Diego Teubal de la primera como Omar Nievas y Pablo Suaya de la segunda opinan de manera semejante) escuchará loas al sistema de licencias no automáticas, que puede entorpecer algún proceso en el que algún componente tarde en ser introducido al mercado, pero que básicamente favorece a la producción local, ya sea en Tierra del Fuego (BGH) como en el continente (Banghó).
Por el otro lado, escuchamos recientemente a Salvador Crespo quien nos dijo que Viewsonic ha decidido no traer algunos productos debido, más que nada, a este tema. Y mientras tanto recuerdo, cerca de principios de año, que Gustavo Ripoll, el gerente de Dell, afirmaba que si bien no estaba de acuerdo con las LNA, lo cierto es que ellos no tenían mayor problema porque las licencias, al final, se les otorgaban.
El argumento del gobierno para este procedimiento es sintéticamente, el estímulo a la sustitución de importaciones a través de la producción local de artículos tecnológicos. Yo me pregunto cómo viene la tensión aquí. Porque por un lado, siento que tienen un punto quienes afirman que el salto fue abrupto, que debería haberse procedido más gradualmente, de modo de que no falte producto. Es decir, dejar la importación abierta, de alguna manera, mientras se creaba la plataforma de sustitución necesaria, o sea, planta, línea de ensamblaje y monto mínimo de producción.
Pero por el otro, también me pregunto a quién desfavorece la ausencia de determinados productos. Las empresas se quejan de que no pueden ofrecerle a sus clientes lo que ellos reclaman, la última tecnología, los últimos modelos y es posible que algo de cierto haya. Pero también es cierto que la necesidad de estar a la vanguardia de la última tecnología es algo que le interesa más a quien vende que a quien compra, quien podría sobrevivir y seguir trabajando con el mismo celular o la misma notebook un tiempo más, antes de tener que comprar el último modelo.
Mañana terminamos con esta serie de notas.


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Por Ricardog

Periodista científico especializado en tecnología. Médico en retiro efectivo.

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