Ayer murió Ray Bradbury. Y con él, un cachito de mi infancia. Mi primer libro de ciencia ficción fue Crónicas Marcianas. Después leí mucho de él y mucho más de otros autores de ciencia ficción. Y aunque hacia años ya que no lo transitaba, es como tu primer amor, ese del que nunca te vas a olvidar.

Técnicamente, mi primer libro de ciencia ficción (y, de hecho, mi primer libro propio) fue una versión adolescente de una novela de Robert Heinlein, apropiadamente recortada y llena de ilustraciones. Recuerdo el libro, las ilustraciones y el autor. No me acuerdo ni el titulo ni de qué se trataba.
Fue mi padre quien, junto con su hermano menor, mi tío, me introdujo en el fascinante mundo de la fantasía cientifica, anticipación o como quieras llamarla. Fue a través de (muy) viejos ejemplares de una revista llamada Mecánica Práctica que publicaba, como folletín en sus ultimas páginas, una novela por entregas sobre un cohete que se construyo en Latinoamérica y se lanzó desde el cráter del volcán Cotopaxi. Las ilustraciones lo asemejaban más al mundo de los seriales de Flash Gordon que a Viaje a las Estrellas (como la conocíamos en el blanco y negro de aquella época).
Mi primer libro «de verdad», es decir, lleno de letras y sin ningún dibujo, fue Crónicas Marcianas. Fue, además, la llave que me abrió la ventana que daba de mi casa al universo de la ciencia ficción.
Después vinieron Clarke, Asimov y todos los demás. También llegaron las discusiones con mi papá, para quien la ciencia ficción «no dura» no era ciencia ficción. Pero… ¿Acaso Bradbury era ciencia ficción dura?
Mi relación con el viejo Ray siempre fue ambivalente. O ciclotimica, en todo caso. Me leí casi de un saque todo «Las doradas manzanas del sol» y me aburrí soberanamente con «El vino del estío». Me fascinó «Farenheit 451» pero «La feria de las tinieblas» no me movió un pelo (sí, es cierto, yo también son raro).
Pero hoy no podría estar leyendo a Dan Simmons o a Gregory Benford, si no hubiese leído aquellas «Crónicas Marcianas», en la edición de Minotauro, si la memoria no me engaña.
Como dije al comienzo, uno nunca olvida su primer amor.


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Por Ricardog

Periodista científico especializado en tecnología. Médico en retiro efectivo.

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